Mientras la niebla engullía la luz artificial de las farolas, Eliot esperaba inquieto sobre el hermoso puente de Carlos, que atravesaba elegante las aguas del río Moldava.
La noche empezaba a traer consigo las estrellas más brillantes del firmamento, y Eliot, asombrado por la belleza que le ofrecía la ciudad de Praga en aquel instante, no pudo más que sucumbir dejándose llevar por una sonora exclamación.
La Reina nocturna se había apoderado del puente, y la fría niebla recorría las calles convirtiéndolo todo en difusas siluetas.
Aquel era un momento mágico en la ciudad, pero Eliot no lo sabía.
Había quedado en el puente, junto a la estatua de uno de los santos, con una mujer, a la que apenas conocía, pero de la que estaba enamorado. Se llamaba Calista y se habían conocido por carta.
Después de un año reflejando en un papel sus sentimientos más profundos, decidió viajar a Praga, donde ella vivía, para ver al fin el rostro de Calista. Y así, en su última misiva, la citó en el puente de Carlos a las nueve en punto, donde la esperaría con una rosa blanca en la mano.
Sin embargo, ya eran las nueve y cuarto, y Calista no había aparecido aún…
No quedaban muchos transeúntes paseando por el puente, tan solo un viejo violinista, a la espera de alguna moneda más en su sombrero, una pareja de enamorados, que andaban sin prisa mientras se reían tímidamente, y un mimo, que guardaba celosamente su quietud en una postura elegante. Y mientras, Eliot, esperaba impaciente agarrando con fuerza la rosa blanca que llevaba en su mano derecha.
Pasaron quince minutos más, ya eran las nueve y media, y Calista seguía sin acudir a la cita.
La pareja de enamorados ya había desaparecido al otro extremo del puente y el violinista, cansado de tocar para nadie, empezó a recoger su instrumento. Solo el impasible mimo, ajeno a todo lo que le rodeaba, parecía no querer abandonar su postura.
Eliot miro su reloj: las diez menos cuarto… Sabía que Calista ya no vendría…
Abatido, miro la rosa blanca que sostenía en sus manos y la depositó en el suelo suavemente, como si quisiera dejar una señal de su presencia en el puente de Carlos.
Se abrigó el cuello, se frotó las manos y se internó en la niebla hasta que se fusionó con ella, desapareciendo por completo, dejando sólo un rastro de desilusión y tristeza…
Calista descansó de su perpetua inmovilidad, y agitó su cuerpo para despertarlo de un apacible sueño de casi dos horas.
Se quitó el gran sombrero negro que cubría su cabeza, para dejar caer una cabellera dorada que rozaba suavemente sus hombros.
Los ojos claros de Calista escrutaron la niebla, que había hecho desparecer la mitad del puente, pero ya no alcanzaban a ver la silueta de Eliot. Se había ido.
La muchacha había estado observando a su desconocido amante, sin que él pudiera percatarse, durante más de una hora. Intentó salir de su inmovilidad para acudir a su encuentro, pero no pudo, o más bien, no quiso. Pensó que si se conocían, si se veían las caras frente a frente, la magia de la que estaba hecha su amistad, se perdería para siempre, y Calista anhelaba conservar ese amor por encima de todo.
Con una mano en el pecho, para apaciguar el dolor que sentía, se acercó a la rosa y la cogió con delicadeza, como si temiera romperla. Rozó su nariz contra sus pétalos y sintió el olor de la amistad, del amor, de la vida…
Con la flor en la mano, y el corazón lleno de esperanzas futuras, abandonó el puente de Carlos, donde únicamente un viejo violinista había sido testigo de un amor camuflado tras una rosa blanca.
La noche empezaba a traer consigo las estrellas más brillantes del firmamento, y Eliot, asombrado por la belleza que le ofrecía la ciudad de Praga en aquel instante, no pudo más que sucumbir dejándose llevar por una sonora exclamación.
La Reina nocturna se había apoderado del puente, y la fría niebla recorría las calles convirtiéndolo todo en difusas siluetas.
Aquel era un momento mágico en la ciudad, pero Eliot no lo sabía.
Había quedado en el puente, junto a la estatua de uno de los santos, con una mujer, a la que apenas conocía, pero de la que estaba enamorado. Se llamaba Calista y se habían conocido por carta.
Después de un año reflejando en un papel sus sentimientos más profundos, decidió viajar a Praga, donde ella vivía, para ver al fin el rostro de Calista. Y así, en su última misiva, la citó en el puente de Carlos a las nueve en punto, donde la esperaría con una rosa blanca en la mano.
Sin embargo, ya eran las nueve y cuarto, y Calista no había aparecido aún…
No quedaban muchos transeúntes paseando por el puente, tan solo un viejo violinista, a la espera de alguna moneda más en su sombrero, una pareja de enamorados, que andaban sin prisa mientras se reían tímidamente, y un mimo, que guardaba celosamente su quietud en una postura elegante. Y mientras, Eliot, esperaba impaciente agarrando con fuerza la rosa blanca que llevaba en su mano derecha.
Pasaron quince minutos más, ya eran las nueve y media, y Calista seguía sin acudir a la cita.
La pareja de enamorados ya había desaparecido al otro extremo del puente y el violinista, cansado de tocar para nadie, empezó a recoger su instrumento. Solo el impasible mimo, ajeno a todo lo que le rodeaba, parecía no querer abandonar su postura.
Eliot miro su reloj: las diez menos cuarto… Sabía que Calista ya no vendría…
Abatido, miro la rosa blanca que sostenía en sus manos y la depositó en el suelo suavemente, como si quisiera dejar una señal de su presencia en el puente de Carlos.
Se abrigó el cuello, se frotó las manos y se internó en la niebla hasta que se fusionó con ella, desapareciendo por completo, dejando sólo un rastro de desilusión y tristeza…
Calista descansó de su perpetua inmovilidad, y agitó su cuerpo para despertarlo de un apacible sueño de casi dos horas.
Se quitó el gran sombrero negro que cubría su cabeza, para dejar caer una cabellera dorada que rozaba suavemente sus hombros.
Los ojos claros de Calista escrutaron la niebla, que había hecho desparecer la mitad del puente, pero ya no alcanzaban a ver la silueta de Eliot. Se había ido.
La muchacha había estado observando a su desconocido amante, sin que él pudiera percatarse, durante más de una hora. Intentó salir de su inmovilidad para acudir a su encuentro, pero no pudo, o más bien, no quiso. Pensó que si se conocían, si se veían las caras frente a frente, la magia de la que estaba hecha su amistad, se perdería para siempre, y Calista anhelaba conservar ese amor por encima de todo.
Con una mano en el pecho, para apaciguar el dolor que sentía, se acercó a la rosa y la cogió con delicadeza, como si temiera romperla. Rozó su nariz contra sus pétalos y sintió el olor de la amistad, del amor, de la vida…
Con la flor en la mano, y el corazón lleno de esperanzas futuras, abandonó el puente de Carlos, donde únicamente un viejo violinista había sido testigo de un amor camuflado tras una rosa blanca.
26 comentarios:
Precioso Silvia me encantó. Un relato tierno y elegante.
Dejo un fuerte abrazo y un deseo porque tu finde. sea lleno de satisfacciones.
Hasta pronto.
Hola Silvia. Una historia de momentos que pudieron ser y no fueron. Te felicito por la capacidad tan brillante que tienes para captar y transmitir atmosféras. Un abrazo..
Lo unico es que él, me imagino, se fue bastante mal. Ojala despues haya recibido otra carta de calista explicandole. No es dificil mantener la magia cuando se quiere de verdad a una persona, aún despues de conocer a la persona por lo que es: un ser humano con todo lo que esto implica.
Hola Silvia,
Me encantó leerte.
Tu cuento está lleno de esperanza... eso me gusta.
Te dejo saludos argentinos,
Sergio.
Hola Sergio,
Gracias por tu comentario. La esperanza es lo último que se pierde.
Un abrazo
Hola Pluma,
Me alegra que te haya gustado el relato. Te deseo también que pases un bien finde.
Un abrazo
Muchas gracias por tus palabras, Victoria. Es un placer escribir para vosotros. Me alegra que te haya gustado.
Un abrazo
Hola Privado,
Tienes razón, él se fue del puente decepcionado y triste, pero quien sabe lo que pude suceder después...
Un abrazo
Silvia,según contabas el cuento,observé los ojos de Calixta "inmovilizada"mirando a su enamorado...El no la reconoció,creyó que nunca vino, pero acudió a la cita.El destino no quiso que hablaran y permitió que, el amor siguiera siendo platónico y envuelto en sueños de esperanza...!
Mágico y real amiga...Cuántas veces soñamos y hablamos con personas,que no llegamos a conocer,quizá porque debía ser así...!
Mi felicitación por tu exquisita originalidad y mi abrazo inmenso.
M.Jesús
En tu narración me parece ver el planteamiento de un enigma sobre las ilusiones.
Calista dice "la magia se pudiera perder para siempre", y estoy de acuerdo con el razonamiento. En más de una ocasión, es mejor quedarte con la curiosidad de algo que nos produce un grato sentimiento. La realidad puede desencantar.
Excelente la ambientación, y muy inteligente plantear, bajo la forma de cuento, un fino análisis filosófico.
Un abrazo.
Preciosa historia Silvia. Tu escritura es fluida y emotiva.
Esperamos que él si llegue a conocer el rostro de su tímida amada.
Besos a pares.
Hola María Jesús:
Has hecho una buena lectura del relato. A veces, el amor platónico puede resultar un amor verdadero.
Gracias por tus palabras.
Un abrazo
Opino lo mismo, Paqui. La magia está en aquello que no ves, y puede resultar realmente atractivo.
Un abrazo
Hola Gemelas:
Encantada de que os haya gustado el realto.
Un abrazo
me reitero en lo que dije...
escribes superbien
Muchas gracias por tus palabras.
Un abrazo
Que precioso Silvia. El amor vive desde el principio al fin.
¿Me lo puedo llevar?
Besos y amor
je
Estoy de acuerdo, el amor siempre queda.
Me alegra que te haya gustado. Claro, llévatelo.
Un abrazo
Hola Silvia,
tu cuento es preciso.
Y estoy de acuerdo contigo, el amor platónico, envuelto en sueños de esperanza, muchas veces es lo que alimenta una vida y puede resultar en un amor verdadero...!
Un beso.
Hola Alma. Pues sí, el amor platónico puede resultar maravilloso ¿Quién no lo ha vivido alguna vez?
Gracias por tus palabras.
Un abrazo
Que sensación mas hermosa me dejo este bello relato de amor y amistad, las imágenes son maravillosas.
Besos
Silvia, aquí tienes mis aplausos por este relato tan genial, emocionante y lleno de esa magia de la ciudad de Praga. Creo que el amor/aimistad que describes en este relato se puede idenificar perfectamente con la ciudad de Praga, creo que es como la niebla. En efecto, esta historia es cmo la niebla en la que se fusiona la figura de Eliot. Me encanta la manera que has tenido de describirnos esta escena. Silvia, llego a tu blog y me quedo en él, si me lo permites, eternamente. Enhorabuena por tu manera de escribir.
Marcos, estaré encantada de tenerte por aquí. Muchas gracias por tu visita y por tus palabras. Nos leeremos.
Un abrazo
Bello relato de amor... muy bien ambientado.
Un abrazo.
Hola Silvia, buen día
Supongo que hoy Calista, tiene una hermosa colección de palabras y sentimientos ordenados. Y una colección de ausencias impresionantes.
Eliot, pensara “hermoso sitio para que te den calabazas”, pero el amor platónico como nos lo han explicado, no es cierto….Imagino por el bien de Eliot, que tuviera la valentía de convertir a Calista en idea, y sobre ella encontrar refugio. Mientras en su mundo real, las cosas le han de ir fenomenal.
Es triste, hermosa, pero original… ¡Chapeau!
Gracias, Epi. Tus comentarios están hechos con mucha belleza y sentimiento. Haces literatura de ellos.
Un abrazo
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