22 feb 2012

Nacimiento

Vladimir Kush, Sunrise by the ocean





La imperturbable tranquilidad, duró sólo un segundo, quizá dos. Aquella extraña sensación de encontrarme flotando en algún lugar dentro de una acogedora oscuridad, empezó a evaporase lentamente, como si la nada, o el todo, ya no existiera.El silencio, ya no era silencio. Un murmullo semejante al oleaje de un mar embravecido, se hacía eco desde algún paraje que no lograba distinguir. Era como un susurro lejano que se esforzaba por ser escuchado para evitar perderse para siempre en una espiral infinita.Me revolví, pues notaba como mi cuerpo empezaba a hacerse cada vez más pesado, cada vez más sólido, cada vez más real. Era como transformarse en algo tangible.De repente, una luz; una pequeña luz. No era más que un punto dorado que se había abierto paso por la espesa oscuridad, sin pedir permiso, sin preguntar si era bien recibida en mi arraigada tranquilidad. Se había colado y no sabía de dónde venía ni qué quería.Volví a moverme. No me gustaba moverme, pero mi sosegado mundo estaba siendo invadido por alguna extraña fuerza o poder que estaba fuera de mi alcance, y no podía detener de ninguna manera.La luz empezó a hacerse más grande. Cada vez que la miraba, su destello dorado había crecido comiéndose una considerable porción de oscuridad. Se abría camino e intentaba tocarme, quizá para arrancarme de mi arraigado sueño nocturno, quizá para quedarse con mi pequeño mundo, quizá para contarme algo importante…Sentí frío, y el cuerpo se me estremeció, posiblemente porque nunca había tenido esa sensación, y era extraño, pues mi inmaculada piel se había tornado rugosa.Entonces, la luz, acabó por abrazarme por completo. Se apoderó de todo mi cuerpo y me apretó contra ella como lo haría una madre con su hijo. Era la vida. Yo no conocía ese concepto, pero supe que era la vida lo que me agarraba con fuerza para que saliera de mi afable mundo.Salí despedido, como catapultado, y llegué a sentir dolor, aunque afortunadamente se pasó en seguida.Caí en la orilla de un mar en calma que me mecía dulcemente con sus traviesas olas. Atrás, estaba mi barca: un pequeño habitáculo de madera que me había acogido en su seno durante un tiempo y un espacio que no sabía definir. Aquél era ahora otro mundo que seguramente acabaría por olvidar.Respiré y sentí como mis pulmones se llenaban de aire, de sabor a mar, de frescor. Era como estar en una nueva barca cuyos remos habían comenzado a bogar hacía un destino que estaba a punto de escribirse.