14 jul 2011

El entierro

El entierro de San Esteban (Juan de Juanes)


Es difícil hablar de uno mismo, sobre todo, cuando no se sabe que decir, y peor aún, cuando no se saben emplear las palabra adecuadas. Eso da lugar a confusiones, y yo no quiero que nadie me malinterprete.
Sí, es difícil hablar de mí, siempre he sido consciente de ello, pero hoy debo hacer un esfuerzo y pronunciar un discurso en mi honor, aunque yo no lo llamaría así, si no más bien una despedida, un adiós, una dedicatoria para aquellas personas que aún albergaban algo de fe en mi en sus corazones.
Sí, debo despedirme porque hoy he muerto. He sido asesinado de forma lenta y dolorosa cuando aún me quedaba mucha eternidad por delante. Y ahora, sin apenas darme cuenta, asisto a mi propio funeral viendo como me condenan a pasar esa vida que me quedaba bajo una apestosa capa de tierra que esparcen sobre mi ataúd como si fuera desecho.
La tapa, ni siquiera la han abierto para darme el último adiós; no tenían valor para ello, pues el valor parece haberse escondido.
Es más fácil ignorarme…
¡Cobardes! Ya me echareis de menos, y para entonces…será demasiado tarde.
Ah…, pero yo no os odio por ello, porque yo no sé odiar, no conozco el significado de esa palabra. Lo único que siento es tristeza, pues os compadezco y lloro por vosotros.
Aunque no hayáis derramado una sola lágrima por mi muerte, yo si las derramo por vuestra vida, porque sin mí, estáis perdidos.
Habéis sido crueles. Entre todos me habéis tendido una emboscada para luego acuchillarme una y otra vez, con el único fin de verme morir desangrado mientras me gritabais que yo solo os he causado dolor, que os he engañado, y que muchos han muerto por mi culpa.
¡Ignorantes! ¡Insensatos! ¿No os dais cuenta de que el dolor, el engaño y la muerte os lo habéis causado vosotros mismos? ¿No os dais cuenta de que me habéis condenado a mí por no hacerlo con vosotros, que sois los únicos culpables de vuestra desgracia?
Yo he hecho muy feliz a la gente que ha sabido sentirme, a la gente que me ha abierto la puerta sin hacer preguntas y sin juzgar lo que veían, simplemente dejándose llevar. Yo lo sé, y ellos también lo saben.
Pero os advierto una cosa, asesinos sin escrúpulos:
Mientras haya una sola persona en el mundo que aún crea en mí, naceré de nuevo y os perseguiré a todos para deciros quién soy y enseñaros a conocerme.
Mientras tanto, tendré que conformarme con contemplar mi lápida de piedra, en la que una frase grabada en letras doradas vela por mi recuerdo y por el recuerdo de los que un día me quisieron:

“Aquí yacen los restos del Amor, que murió un triste día asesinado por el Odio.
Los corazones de la gente nunca te olvidan.”