21 feb 2011

Amanecer




Sale el sol por el lejano horizonte
Se cierne, despidiendo a la luna dormida
Y brilla, ocultando estrellas sin nombre

Amanece, tiñendo nubes de color cobre
Nos envuelve su calor para llenarnos de vida
Y tranquilos, sus rayos, despiertan al hombre

Abro los ojos para descubrir un nuevo día
Aguzo mis oídos para escuchar nuevas voces
Abro mis manos y digo adiós a la noche fría

Sale el sol por el lejano horizonte
Se enciende la luz, llega la alegría.

11 feb 2011

El refugio de los pensamientos

Monasterio de las Huelgas Reales de Burgos


Las vistas desde aquella ventana eran espectaculares. A Carla no podía haberle tocado una habitación mejor. Desde su escritorio de estudio, podía ver como un pequeño bosque de abetos se extendía hasta alcanzar el horizonte, y justo en el centro de una angosta explanada, a pocos metros de su ventana, se encontraba el monasterio, una antigua construcción de piedra hermosamente conservada.
Carla había llegado a la residencia hacía tan solo dos días. Era estudiante de derecho y estaba haciendo un curso intensivo de verano en una recóndita universidad, alejada del bullicio de las ciudades.
Estudiar durante una semana entre aquel ambiente, se iba a convertir en una delicia…
Solía repasar durante un par de horas, después de las clases, y con la compañía del sol cayendo detrás de las montañas. Se sentaba en su escritorio, abría la ventana de par en par, y dejaba entrar el aroma del bosque mientras memorizaba aburridas leyes que no tardaría en olvidar.
A menudo se le hacía de noche, y los grillos no se demoraban en comenzar su canto para anunciar la llegada de las estrellas. Era entonces cuando una suave brisa entraba por la ventana, haciendo que la piel de Carla se pusiera de gallina. Aquella era la señal de que el estudio debía cesar para dejar paso al descanso.
Pero aquel día, en el que la brisa era más heladora de lo normal, Carla se quedó observando el monasterio antes de cerrar la ventana.
No era demasiado grande, pero la belleza de su estructura eclipsaba cualquier posible defecto.
De repente, una ventana situada en una pequeña torrecilla, se encendió, insinuando una gran estancia de altos techos. Un hombre joven, vestido con largos hábitos, apareció en la habitación encendida, sosteniendo una carta en una mano y una vela apagada en la otra.
Carla sabía que aquel monasterio estaba habitado por doce monjes pertenecientes a una orden ya casi extinta, pero le habían comentado que rara vez se dejaban ver, permaneciendo siempre ocultos entre las paredes del templo.
Sin poder contener la curiosidad, Carla permaneció en su escritorio, atenta a los movimientos del joven monje, que andaba por la habitación como si estuviera buscando algo.
Pasaron unos pocos minutos, en los que el monje aparecía y desaparecía de la ventana, dejando ver únicamente la sombra que su cuerpo proyectaba en la pared.
Por fin, se detuvo. Parecía haber encontrado lo que buscaba. Se hizo visible de nuevo en la ventana, y Carla pudo ver como sostenía ahora una larga banqueta de madera.
Con sumo cuidado la puso en el suelo, se guardó la carta que llevaba en el bolsillo derecho de su hábito y se quedó pensativo unos momentos, con la mirada perdida en algún lugar de la estancia.
El comportamiento del clérigo era bastante extraño, y Carla pensó que quizás no debería entrometerse en lo que, posiblemente, fuera algo privado para aquella persona.
Empezaba a sentirse como James St
ewart en la Ventana indiscreta, y decidió que sería mejor dejar el espionaje furtivo y devolver la intimidad al joven monje.
Sin embargo, antes de que pudiese obedecer a su conciencia, vio como el clérigo se subía a la banqueta y alzaba las manos hacía el techo para coger algo que ella no alcanzaba ver.
Por un momento pensó que una cuerda colgaría del techo, y la imagen del joven religioso ahorcado bajo el peso de una viga, se coló en su mente haciendo que el corazón se le desbocara. Pero no fue eso lo que ocurrió…
Del techo se abrió una trampilla y de ella se descolgó una vieja escalera de madera que llegaba casi hasta el suelo.
“Esto sí que es bueno”, pensó Carla “Un pasadizo secreto…”
El monje subió por la estrecha escalera y desapareció en la oscuridad de alguna estancia oculta en el tejado de la torrecilla.
Carla se quedó con la miel en los labios pensado en qué habría tras aquella trampilla, y le vino a la mente la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, que había leído hacía bastantes años. Se imaginó una biblioteca milenaria escondida entre las paredes de la torrecilla, donde en una gran mesa de madera de roble, se fraguaba una conspiración…
Se rio para sí misma y se dispuso a cerrar la ventana, pero un nuevo movimiento en la habitación encendida, la detuvo.
El joven monje bajaba la escalera de la trampilla. Parecía haber terminado lo que estuviera haciendo allí.
Recogió todo con gran rapidez y no quedó rastro de ninguna puerta oculta. Fue entonces cuando, antes de irse, miró de reojo a la ventana abierta y por un momento, pareció posar sus ojos en los de Carla.
“Qué vergüenza…” pensó ella “Seguro que me ha visto”.
Decidió que aquel espionaje debía acabarse ya, y cerró por fin la ventana despidiéndose del antiguo monasterio hasta el día siguiente.

No volvió a ver movimiento en ninguna de las estancias del templo, sin embargo, un día antes de marcharse de aquel idílico paisaje, recibió una extraña visita inesperada.
Un compañero de estudios le avisó de que alguien preguntaba por ella en el vestíbulo, pero lo curioso estaba en que no preguntaban por Carla Revelles, sino por la chica de la habitación frente al monasterio.
Llena de intriga, se dispuso a presentarse ante la peculiar visita, y para su sorpresa, se encontró con un monje de cuidados hábitos, bastante mayor y con cara de pocos amigos.
Los nervios de Carla fueron en aumento.
- Disculpe que la moleste, señorita, pero necesito hablar con usted un momento. No tardaré mucho.
El clérigo parecía preocupado…
Carla asintió y esperó a que el hombre continuara hablando.
- Convivimos con la cercanía de esta residencia desde hace tiempo y, aunque no nos guste, ya estamos acostumbrados a los jóvenes que vienen por aquí. Pero a veces eso trae problemas…
El monje sacó una carta del bolsillo de su hábito y suspiró pesadamente, como si el sobre le pesara en las manos.
- Verá, tenemos en nuestra orden a un joven monje que lleva poco tiempo. Es de espíritu algo indomable y aún está un poco perdido, así que su comportamiento a veces no es muy adecuado.
Carla estaba cada vez más intrigada. Pensó que alguien la había visto espiando el otro día y que eso les había molestado, pero, no parecía tratarse de aquello… ¿O sí?
- La venta de su cuarto da a nuestro monasterio y más concretamente, a los aposentos del joven monje, que siempre permanece en la oscuridad, como todos nosotros y… resulta que he encontrado esta carta en El refugio de los pensamientos
- ¿Disculpe? – preguntó Carla, pues no sabía de qué hablaba.
- El refugio de los pensamientos es una estancia en la que depositamos en un sobre nuestros deseos más ocultos, pero no necesita saber más detalles. Lo que vengo a decirle es que nuestro joven religioso lleva días observándola desde sus aposentos y… según esta carta que ha escrito parece haberse enamorado de usted.
Carla estaba perpleja. Resulta que no era ella la de la ventana indiscreta, sino el monje de la trampilla secreta ¿Sería aquella estancia El refugio de los pensamientos?
El viejo monje le pidió por favor que cambiase de habitación, pero Carla le dijo que esa misma noche ya se iba, pues había terminado el curso intensivo.

Aquella anécdota la dejó bastante afectada. Un hombre se había enamorado de ella, y ni siquiera le conocía… Sólo le había visto una noche, en la lejanía de una ventana del monasterio, cubierto por un elegante hábito de clérigo y llevando una carta plasmada de deseos y de incertidumbres, a una estancia llamada El refugio de los pensamientos…