Rene Magritte
El gélido frío de la noche me helaba los huesos;
traspasaba mi ropa como afilados cuchillos desgarrando la débil tela.
La niebla, cada vez más baja, borraba mis pasos empeñada
en ocultar mi presencia, mi huella… Pero no lo conseguiría, pues mis zancadas
eran rápidas y largas y su espesura no podría conmigo.
Aquella noche se me antojaba lúgubre y distante.
Parecía no querer a nadie paseando bajo su manto de estrellas, como si
rechazara cualquier presencia ajena a ella. Sin duda, se había vuelto
antipática.
Pero lo más inquietante era una extraña sensación
que me había invadido desde hacía unos poco minutos. Alguien me seguía, y no
era la niebla ocultando mi camino…
Sentía unos pasos acechándome, detrás de mí, en
algún lugar dentro de la oscura calle que tenía que atravesar para llegar a mi
apartamento.
Me di la vuelta, oteando a través de la espesura,
pero no vi a nadie. Definitivamente, estaba solo.
Seguí mi camino, pero sin darme cuenta, había
acelerado el paso y mi corazón parecía estar más alerta.
De nuevo, unos pasos intentaban alcanzarme, me
seguían de cerca. Paré de repente y me giré con la intención de ver a mi
perseguidor… Esta vez estaba allí, a pocos metros de mí. Un hombre alto, con
una capa cubriendo su cuerpo y un sombrero de copa sobre su cabeza. Pero la
oscuridad ocultaba su rostro…
Asustado, comencé a correr sin importarme que la
niebla devorase mi cuerpo. ¿Quién era aquel espectro? ¿Qué quería?
Tropecé con mi capa y caí de bruces al suelo
perdiendo el sombrero, que salió rodando hacía la oscuridad.
Más que
dolor, sentí pánico al darme cuenta de que el hombre me había alcanzado.
-¡No! – grité desesperado.
La sombra oscura permanecía de pie, a mi lado,
mirándome con una sonrisa burlona en su rostro. Me estremecí al percatarme de
que el espectro que me perseguía era yo mismo.
-¿Por qué huyes de ti mismo? – Preguntó entre risas –
¿Acaso tienes miedo de ser quién eres?...
La sentencia me dejó helado, pues supe que nunca
podría escapar de mi perseguidor.