Odilon Redon
-Cuando te pregunten dónde estoy, debes guardar
silencio.
Esa fue la petición de Sofía antes de marcharse.
Marco, su hermano, le prometió que así lo haría.
Nunca le diría a nadie que se había ido.
En un pequeño pueblo de Soria, donde se refiere esta
leyenda, vivía la joven Sofía, hija de un humilde zapatero y hermana de Marco,
un fornido muchacho que se preparaba para alistarse en el ejército.
Su madre había muerto de tuberculosis, enfermedad
que por entonces se llevaba la vida de mucha gente. Pero su padre, el humilde
trabajador, había hecho un gran esfuerzo por intentar suplir aquella importante
falta materna, consiguiendo como resultado un carácter amable y cariñoso para
sus hijos.
Sofía y Marco eran buenos hermanos y compartían
muchos secretos. Un día, Sofía le confesó a Marco que estaba enamorada de otra
mujer, siendo esta la hija del alcalde, una bella muchacha que contaba con la
misma edad que ella.
Marco no podía salir de su asombro, no entendía como
su hermana podía estar enamorada de una mujer. Solo los hombres y las mujeres
se enamoran ¿Qué disparate era aquel? Pero Sofía insistía en que Miranda, la
muchacha a la que nos hemos referido, era el amor de su vida.
Sofía y Miranda sabían que nadie en aquel pueblo entendería
su amor, así que, decidieron escapar juntas y buscar una nueva vida lejos de
aquella incomprensión.
Fue una madrugada, cuando el sol empezaba a
acariciar el cielo estrellado. Sofía despertó a su hermano con un cariñoso
zarandeo y le contó sus intenciones.
-Cuando te pregunten dónde estoy, debes guardar
silencio.- le advirtió en un susurro –No le digas a nadie que me he ido,
simplemente calla.
Marco, aunque preocupado por su hermana, le prometió
que guardaría silencio.
Dos días después de la huida de los amantes, el
padre de Sofía le preguntó a Marco por su hija.
-Pero, ¿dónde se ha metido está despistada? Hijo,
¿tú sabes dónde puede estar?
Marco, se mantuvo en silencio, como había prometido.
-Qué habré hecho mal- exclamó su padre al borde de
las lágrimas –Mi hija ha desaparecido y mi hijo no me habla. Que desdicha la
mía…
Y rompió en un sollozo incontrolado mientras hundía
la cara en sus viejas manos.
Marco, apenado por hacer sufrir a su padre, decidió
contarle la verdad. Pensó que sería comprensivo, pero estaba equivocado, pues
el zapatero estalló en cólera, gritando a pleno pulmón, que su hija había sido poseída
por el diablo.
Pasaron tres días sin que el padre de Marco
apareciese por casa. Cuando la gente le preguntaba que había sido del humilde
zapatero, Marco decidió callar esta vez y seguir el consejo de su hermana,
aunque quizá, demasiado tarde, pero ¿qué podía hacer él? No era fácil guardar
un secreto.
Una lluviosa noche, en la que la tormenta descargaba
su furia, regresó por fin su padre, haciéndose presente sin avisar y sin mediar
palabra.
Marco, sorprendido por su llegada, corrió hacía él
para preguntarle dónde había estado, pero cuando abrió la boca para hablar,
descubrió que su garganta no emitía sonido alguno. Intentó chillar, carraspear,
cantar, pero no había forma. El silencio se había apoderado de él.
Una semana más tarde, después de aquel suceso, un
pastor del pueblo descubrió el cuerpo inerte de una joven que yacía medio
escondida entre matorrales. Era el cuerpo de Sofía, que en el último aliento de
vida había conseguido posar un dedo sobre sus labios, exigiendo silencio y
haciendo callar así para siempre al que nunca debió haber hablado.