El camino estaba empapado, humedecido a causa de la
intensa lluvia que había asolado el bosque hacia tan solo unas horas.
Su final no se distinguía, se tornaba borroso por culpa
de una espesa niebla que se había agarrado con fuerza allí donde moría el sendero.
Hacía frío, pero no demasiado, sin embargo, el
ambiente gélido tornaba el paisaje lúgubre, tétrico, a pesar de ser un bonito
bosque que se dibujaba a las afueras del pueblo.
Nadie solía frecuentar ese camino, pues siempre
estaba lleno de barro, y la niebla se había instalado en sus confines
impidiendo una buena visibilidad. Era un sendero misterioso que la gente
prefería evitar.
Pero Alex estaba dispuesto a fotografiar la belleza
que el paisaje le brindaba en esos momentos. No podía dejar escapar los colores
grisáceos mezclados con la espesura verde de los árboles. No podía obviar como
las gotas de agua se desprendían lentamente de las grandes hojas que las
sostenían. Todo ello deseaba ser capturado en el objetivo de su cámara.
Alex se internó en el camino disfrutando de toda la
belleza que la lluvia había dejado a su paso.
El olor a tierra mojada penetraba en sus fosas
nasales como una bendición. No había sensación más agradable que aquella.
Con su cámara, iba retratando la bucólica magia que
embriagaba el bosque.
Las florecillas blancas que asomaban por entre la
hierba, daban un toque de color al predominante verde, como pequeñas motas de
nieve que se habían posado suavemente en el suelo embarrado.
De repente, el eco de una risa captó la atención de
Alex.
Era como una leve carcajada venida de ninguna parte,
pero que sin embargo, retumbaba por doquier.
Los pájaros se quedaron en silencio, y solo la brisa
traída por la lejanía de la lluvia, se hacía ahora presente en el bosque.
Alex siguió caminando sin dar demasiada importancia
a la extraña voz. Se adentró aún más en el camino y se atrevió a llegar hasta
donde la niebla lo velaba.
Sin dilación, atravesó la espesa calima y continuó
su paseo.
Después de unos minutos andando por entre la húmeda
niebla, el fotógrafo alcanzó el verdadero final del camino, cuyo rastro
terminaba en la verja de entrada de una vieja casa.
El objetivo de la cámara no tardó en capturar la silueta de la misteriosa
morada, que permanecía medio oculta tras la tupida calima que se aferraba a las
paredes del edificio.
Se aceró a la verja e intentó ver más allá de los
barrotes.
Un abandonado jardín se interponía entre la entrada
y la casa. No era muy grande, pero parecía haber tenido un gran encanto en su
momento. La morada, sin embargo, parecía estar mejor conservada, aunque no daba
muestras de estar habitada.
Alex hizo una nueva foto desde la entrada de la
verja, donde la niebla parecía disiparse por un momento.
Al mirar la pantalla digital, donde la imagen había
quedado reflejada, descubrió con sorpresa la imagen de una mujer en la entrada
de la casa. Una mujer que sonreía…
Sin embargo, en la puerta no había nadie…
Alex volvió a fotografiar la entrada. Inmediatamente,
miró la pantalla digital, y al hacerlo, no pudo reprimir un ahogado grito de
asombro.
La imagen de la mujer, estaba ahora a tan solo unos
pocos metros de la verja.
Desconcertado, no quiso seguir fotografiando aquel
lugar, y sintió la necesidad imperiosa de marcharse de allí.
Dio media vuelta y se dispuso a regresar por donde
había venido… Pero, ¿dónde estaba el camino? La espesura de la niebla había
tapado por completo el rastro del sendero…
Volvió a mirar hacía la casa, que aún permanecía
visible, y sintió de nuevo la urgencia de irse, así que, arriesgándose a no
seguir el camino correcto, decidió adentrarse en el bosque. Pero antes, hizo
una última foto…
Apuntó a la morada, ahora algo más lejana, y apretó
el botón con un dedo tembloroso. Cuando miró la imagen, solo vio una sonrisa borrosa
que ocupaba toda la foto. Era como si la mujer estuviera casi encima de él,
cada vez más cerca…