11 jun 2014

El sendero velado




El camino estaba empapado, humedecido a causa de la intensa lluvia que había asolado el bosque hacia tan solo unas horas.
Su final no se distinguía, se tornaba borroso por culpa de una espesa niebla que se había agarrado con fuerza allí donde moría el sendero.
Hacía frío, pero no demasiado, sin embargo, el ambiente gélido tornaba el paisaje lúgubre, tétrico, a pesar de ser un bonito bosque que se dibujaba a las afueras del pueblo.
Nadie solía frecuentar ese camino, pues siempre estaba lleno de barro, y la niebla se había instalado en sus confines impidiendo una buena visibilidad. Era un sendero misterioso que la gente prefería evitar.
Pero Alex estaba dispuesto a fotografiar la belleza que el paisaje le brindaba en esos momentos. No podía dejar escapar los colores grisáceos mezclados con la espesura verde de los árboles. No podía obviar como las gotas de agua se desprendían lentamente de las grandes hojas que las sostenían. Todo ello deseaba ser capturado en el objetivo de su cámara.
Alex se internó en el camino disfrutando de toda la belleza que la lluvia había dejado a su paso.
El olor a tierra mojada penetraba en sus fosas nasales como una bendición. No había sensación más agradable que aquella.
Con su cámara, iba retratando la bucólica magia que embriagaba el bosque.
Las florecillas blancas que asomaban por entre la hierba, daban un toque de color al predominante verde, como pequeñas motas de nieve que se habían posado suavemente en el suelo embarrado.
De repente, el eco de una risa captó la atención de Alex.
Era como una leve carcajada venida de ninguna parte, pero que sin embargo, retumbaba por doquier.
Los pájaros se quedaron en silencio, y solo la brisa traída por la lejanía de la lluvia, se hacía ahora presente en el bosque.
Alex siguió caminando sin dar demasiada importancia a la extraña voz. Se adentró aún más en el camino y se atrevió a llegar hasta donde la niebla lo velaba.
Sin dilación, atravesó la espesa calima y continuó su paseo.
Después de unos minutos andando por entre la húmeda niebla, el fotógrafo alcanzó el verdadero final del camino, cuyo rastro terminaba en la verja de entrada de una vieja casa.
El objetivo de la cámara no  tardó en capturar la silueta de la misteriosa morada, que permanecía medio oculta tras la tupida calima que se aferraba a las paredes del edificio.
Se aceró a la verja e intentó ver más allá de los barrotes.
Un abandonado jardín se interponía entre la entrada y la casa. No era muy grande, pero parecía haber tenido un gran encanto en su momento. La morada, sin embargo, parecía estar mejor conservada, aunque no daba muestras de estar habitada.
Alex hizo una nueva foto desde la entrada de la verja, donde la niebla parecía disiparse por un momento.
Al mirar la pantalla digital, donde la imagen había quedado reflejada, descubrió con sorpresa la imagen de una mujer en la entrada de la casa. Una mujer que sonreía…
Sin embargo, en la puerta no había nadie…
Alex volvió a fotografiar la entrada. Inmediatamente, miró la pantalla digital, y al hacerlo, no pudo reprimir un ahogado grito de asombro.
La imagen de la mujer, estaba ahora a tan solo unos pocos metros de la verja.
Desconcertado, no quiso seguir fotografiando aquel lugar, y sintió la necesidad imperiosa de marcharse de allí.
Dio media vuelta y se dispuso a regresar por donde había venido… Pero, ¿dónde estaba el camino? La espesura de la niebla había tapado por completo el rastro del sendero…
Volvió a mirar hacía la casa, que aún permanecía visible, y sintió de nuevo la urgencia de irse, así que, arriesgándose a no seguir el camino correcto, decidió adentrarse en el bosque. Pero antes, hizo una última foto…
Apuntó a la morada, ahora algo más lejana, y apretó el botón con un dedo tembloroso. Cuando miró la imagen, solo vio una sonrisa borrosa que ocupaba toda la foto. Era como si la mujer estuviera casi encima de él, cada vez más cerca…