15 abr 2015

La fórmula de la realidad


Imagen de internet


¿Qué es la realidad? ¿Quién puede describirla? ¿Alguien la ha encontrado?

Sentado en una sencilla cama de muelles, ubicada en el centro de una fría habitación, se encontraba Carlos.
Carlos era un hombre joven, atractivo cuando se encontraba bien y no sufría ataques de pánico. Era alto, con el pelo siempre despeinado y un brillo de tristeza en sus ojos que nunca desaparecía… Ese era su “sello”, pues en el centro le conocían como “el ojos tristes”.
No era un hombre especial, no despertaba demasiado interés en la gente y no solía llamar la atención. Era tan solo uno más en aquella comunidad humana de la que tristemente formaba parte desde hacía varios meses.
Carlos se hacía muchas preguntas, preguntas tormentosas de las que intentaba, en vano, encontrar una respuesta. Pero ¿Quién no se hacía preguntas alguna vez? Solía pensar él ¿Tan extraño resultaba? Quizá sí, porque, esta sociedad no estaba hecha para hacerse preguntas.
Cuando la mente de Carlos pensaba, entraba en una turbulenta lucidez que en ocasiones le hacía sentir miedo, miedo a encontrar una realidad que todo el mundo desconocía. Por ese motivo, se negaba a creer que existiese una única realidad, pues ¿No era la realidad una percepción? ¿Una imagen construida al gusto de cada uno?
Eso era lo que solía preguntarle a su médico, pero su médico no tenía una respuesta, pues él aún estaba lejos de entender nada, ya que su mente, como la de la mayoría, solo veía lo que tenía ante sus ojos.
Carlos quería encontrar a alguien que le ayudase a encontrar la fórmula de la realidad, y por eso solía pasear por los jardines del centro preguntando a todo el mundo si quería marcharse con él a buscar la realidad. Siempre le decían que no, y Carlos, incapaz de hacer ese viaje solo, se derrumbaba en su tristeza.
Sin embargo, un día, entró en el centro una nueva enfermera que cubría el turno de la mañana, justo antes de la comida del medio día.
Era una mujer joven, no muy guapa, pero con una gran sonrisa que le hacía muy atractiva. Se llamaba Miranda y se hizo amiga de Carlos en pocos días.
Una de esas mañanas, en la que el sol brillaba de una forma especial, Carlos le preguntó si quería ir con él a buscar la realidad.
Miranda le miró sonriente, le agarró de la mano y le susurró al oído:
Querido Carlos, ya la has encontrado.
Y desde entonces, Carlos, dejó de sufrir ataques de pánico y dejó de estar triste, pues supo entonces que la irrealidad se encontraba en los demás.