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¿Qué es la realidad? ¿Quién puede
describirla? ¿Alguien la ha encontrado?
Sentado
en una sencilla cama de muelles, ubicada en el centro de una fría habitación,
se encontraba Carlos.
Carlos
era un hombre joven, atractivo cuando se encontraba bien y no sufría ataques de
pánico. Era alto, con el pelo siempre despeinado y un brillo de tristeza en sus
ojos que nunca desaparecía… Ese era su “sello”, pues en el centro le conocían
como “el ojos tristes”.
No
era un hombre especial, no despertaba demasiado interés en la gente y no solía
llamar la atención. Era tan solo uno más en aquella comunidad humana de la que
tristemente formaba parte desde hacía varios meses.
Carlos
se hacía muchas preguntas, preguntas tormentosas de las que intentaba, en vano,
encontrar una respuesta. Pero ¿Quién no se hacía preguntas alguna vez? Solía
pensar él ¿Tan extraño resultaba? Quizá sí, porque, esta sociedad no estaba
hecha para hacerse preguntas.
Cuando
la mente de Carlos pensaba, entraba en una turbulenta lucidez que en ocasiones
le hacía sentir miedo, miedo a encontrar una realidad que todo el mundo
desconocía. Por ese motivo, se negaba a creer que existiese una única realidad,
pues ¿No era la realidad una percepción? ¿Una imagen construida al gusto de
cada uno?
Eso
era lo que solía preguntarle a su médico, pero su médico no tenía una
respuesta, pues él aún estaba lejos de entender nada, ya que su mente, como la
de la mayoría, solo veía lo que tenía ante sus ojos.
Carlos
quería encontrar a alguien que le ayudase a encontrar la fórmula de la
realidad, y por eso solía pasear por los jardines del centro preguntando a todo
el mundo si quería marcharse con él a buscar la realidad. Siempre le decían que
no, y Carlos, incapaz de hacer ese viaje solo, se derrumbaba en su tristeza.
Sin
embargo, un día, entró en el centro una nueva enfermera que cubría el turno de
la mañana, justo antes de la comida del medio día.
Era
una mujer joven, no muy guapa, pero con una gran sonrisa que le hacía muy
atractiva. Se llamaba Miranda y se hizo amiga de Carlos en pocos días.
Una
de esas mañanas, en la que el sol brillaba de una forma especial, Carlos le
preguntó si quería ir con él a buscar la realidad.
Miranda
le miró sonriente, le agarró de la mano y le susurró al oído:
Querido Carlos, ya la has encontrado.
Y
desde entonces, Carlos, dejó de sufrir ataques de pánico y dejó de estar
triste, pues supo entonces que la irrealidad se encontraba en los demás.