Claude Monet
Las
sombras se cernían sobre su cuerpo. Intentaban agarrarle, sucumbirle, hacerle
temblar de miedo… Pero la luz, aún se abría paso entre las ánimas negras.
-¡Basta!
– Exclamó Deméter, revolviéndose entre los oscuros brazos que lo aprisionaban
–
Aún no he sido juzgado.
Las
sombras se rieron, parecían burlarse de sus palabras.
-Solo
tú mismo puedes juzgarte. – susurró una de ellas.
Deméter
consiguió zafarse de sus opresores, y en un arrebato de valentía, se enfrentó a
ellos.
-Entonces
me declaro inocente – sentenció.
-Pero
sabes que no lo eres, y por eso te
sientes culpable…Por eso existimos nosotras.
Deméter
hundió la cara en sus manos. Los remordimientos que sentía eran demasiado
fuertes, demasiado intensos. Nunca lograría escapar de la culpa.
Las
sombras, aprovechando su debilidad, se abalanzaron sobre él y se lo llevaron a
un lugar del nunca podría salir: el remordimiento de su conciencia.