Hace muchos años, cuando Adéle no era más que una niña, creía que la vida, su vida, era un cuento cuyas hojas podía escribir cómo quisiera y cuando quisiera.
Solía imaginarse un libro de tapas antiguas y bordes ligeramente dorados, y cuando lo abría, un aroma a flores frescas le rozaba la pequeña naricita.
La pluma que usaba para escribir, era el fino tallo de una hoja, cuyo color solía cambiar según el estado de ánimo de Adéle: cuando estaba feliz, la proyectaba azul turquesa; cuando estaba enfadada; rojo caoba y cuando tenía ganas de llorar, usaba el azul marino.
Como separador, le gustaba pensar en un hada que dormía entre las hojas del libro, usando aquel peculiar diario como un hogar acogedor en el que resguardarse.
Ese era el mundo que la pequeña Adéle había inventado para escapar de una realidad demasiado nítida. Escribía una hoja cada día, pensando que esas letras irían construyendo su vida, tal cual ella deseaba. No importaba si los acontecimientos se desarrollaban de otra manera, pues al final, todo llevaba a lo que ella había escrito en su diario.
Sin embargo, como le ocurre a todo ser humano cuando abandona la inocencia de la niñez, Adéle descubrió que su vida no podía ser un cuento, y que la realidad eclipsaba aquel bonito universo inventado.
Su mente se volvió racional, escéptica, fría, y eso hizo que la seguridad que sentía en sí misma, se resquebrajara por completo.
Pero Adéle, al igual que todas las personas que luchan por sobrevivir en este mundo, consiguió avanzar en su vida, olvidando por completo el libro que había empezado a escribir cuando era una niña.
Sin embargo, debemos saber que cuando somos niños, nuestros deseos y nuestra imaginación tienen una fuerza especial, y eso hace que cualquier cosa sea posible, aunque haya pasado mucho tiempo…
Cuando Adéle cumplió sesenta y cinco años, sopló las velas sin pensar en ningún deseo en especial, pues ya no creía en esas cosas. Recibió los besos de sus dos hijos, el abrazo de su marido y el regalo de su nieta Alba.
Cuando abrió el presente que la niña le había entregado con suma ilusión, su rostro no pudo ocultar una mueca de sorpresa.
Lo miró detenidamente, lo sostuvo entre sus manos con el pulso descontrolado…
Se trataba de un libro, o más bien, de un diario. Las tapas eran antiguas y los bordes eran ligeramente dorados, y de entre las hojas, asomaba un separador con forma de hada.
- ¿Te gusta? – preguntó Alba con una enorme sonrisa en sus labios.
Fue entonces cuando Adéle descubrió que la magia existe, aunque dejes de creer en ella.