Imagen de internet
Ella
lo miró con tristeza, casi con compasión, y antes de abrir la puerta para
marcharse dijo:
-Tienes
suerte de que Ándros sea tu padre.
Max
dibujó una sonrisa en su delgado rostro. Una línea sarcástica en sus labios que
acompañó con un lento parpadeo.
-¿Por
qué? ¿Crees que es un padre ejemplar?
Los
ojos de la mujer se humedecieron, aunque solo ella pudo notarlo.
-…
Porque sigue vivo. – contestó, marchándose después mientras cerraba la puerta
tras de sí.
Max
no tuvo tiempo de replicar, y de haberlo tenido, no habría sabido qué decir.
Después
miró hacía la camilla donde se encontraba su padre, que, haciéndose el dormido,
pudo escuchar la conversación entre su hijo y la joven alumna que había ido a
visitarle: Marga.
Pero
lo que él no sabía es que Marga, que asistía puntualmente a sus clases de
literatura, había perdido a su padre hacía ya diez años.
Marga
no sabía si Ándros era un padre ejemplar o no, y pensó que aquello no
importaba, que lo único que valía la pena es que siguiera vivo, y que su hijo
pudiera abrazarlo de nuevo.
Aquello
le tocó el corazón, pues Ándros le recordaba a su padre, y quizá por eso sentía
un cariño especial hacia aquel hombre al que apenas conocía.
Su
padre no tuvo otra oportunidad y Ándros sí, y por eso, Max debería sentirse
afortunado.
Pero
Max no tenía la relación que Marga tuvo con su padre, y a veces, el amor, es difícil
de mostrar, pues un solo paso puede separarte
de él.
Ándros,
que seguía haciéndose el dormido, se preguntó si su hijo había ido a verlo por
obligación, o si realmente quería estar allí, a su lado, viendo como la
decrepitud de la vejez empezaba a pasarle factura.
Pero
el caso es que todo aquello daba igual. No importaba si Max quería a su padre o
no. Lo único que tenía relevancia, pensó Marga, es que Max tenía otra
oportunidad para estar con su padre.