Que pequeños somos cuando nos comparamos con el
universo…
Que poca importancia tienen las cosas cuando nos
damos cuenta de la inmensidad que nos rodea…
Que vida tan pequeña al lado de los astros que nos
miran desde el cielo…
¿Somos alguien? ¿Significamos algo? Se preguntaba
Leo mientras giraba aburrido la cucharilla de su café.
Bostezaba pausadamente, como si le costara trabajo, y
miraba ensimismado la pantalla de su ordenador esperando una respuesta que,
probablemente, nunca llegaría.
Leo era astrónomo y participaba como voluntario en
el SETI (Search for extraterrestrial intelligence) desde hacía ya dos años.
Durante seis horas, dos días a la semana, vigilaba
frente a una gran pantalla todas las frecuencias de radio que llegaban desde el
universo, en busca de una señal inteligente, de un mensaje, quizá, de otra
civilización.
Ardua tarea era aquella, pues no resultaba demasiado
atractivo contemplar y analizar señales de radio durante seis horas, pero Leo
solía entretenerse buscando nuevas estrellas a través del telescopio.
Sin embargo, toda espera tiene sus frutos, pues
aquella noche, en la que la niebla cubría gran parte del cielo, un extraño
ruido se coló en una de las frecuencias que Leo analizaba.
El joven astrónomo quedó pensativo, ¿qué era
aquello? Parecía una pulsación constante, como un corazón metálico latiendo
pausadamente. Sin embargo, solo duró un minuto.
Leo pudo grabar aquella “interferencia” que venía de
algún lugar muy lejano, tan lejano que, en el caso de que fuese una señal
enviada por otra civilización inteligente, probablemente ya no existiría. Aun
así, Leo pudo sentir una punzada de emoción que le llevó a analizar en papel
aquel extraño sonido, convertido ahora en una información binaria de ceros y
unos, el lenguaje que usaba un ordenador.
Se trataba de un sonido constante, cuyas pausan
duraban exactamente lo mismo; un latido metálico que interpretado como ceros y
unos, resultaba ser una ecuación matemática… ¿o no?...
-No, no es una ecuación – Se dijo Leo – Son coordenadas.
Inmediatamente introdujo los datos de las supuestas
coordenadas en el ordenador y esperó ansioso a que el aparato lo procesara. Segundos
después, la pantalla mostró una ubicación exacta en el cielo estrellado. Se
trataba de otra galaxia, a millones de años luz de la nuestra.
El astrónomo quedó consternado, pues, como era de
esperar, la distancia era tan grande que resultaría absurdo enviar una señal de
respuesta, ya que cuando llegase hasta allí, la especie humana habría
desaparecido.
-¿Y qué esperabas?- Se regañó así mismo.
Pero aquel ruido convertido en un código binario
había resultado ser una ubicación, la información de unas coordenadas que solo
un ser inteligente puede proporcionar.
Alguien quería que supiéramos que estaban allí, o
que estuvieron allí, para no caer en el olvido, en la insignificancia que supone
nuestras vidas al lado del universo.
Alguien quería que supiéramos que somos muchos y
estamos en todas partes, pero ¿Significa eso algo si las distancias que nos
separan son tan grandes que la comunicación sería imposible? ¿Querría decir eso
que, aunque no estemos solos, realmente lo estamos?
Las preguntas se agolpaban en la cabeza de Leo,
mientras que las respuestas las tenía delante, en un trozo de papel codificado
en ceros y unos.