21 jun 2010

Reflejos

Galland Wald

En la noche más oscura, durmiendo en mi pequeña cabaña, podía escuchar como el viento soplaba con fuerza a través de los grandes ventanales. Era un ruido relajante, que invitaba a dormir, sin embargo, mientras me abandonaba en los cálidos brazos de Morfeo, una sensación de inquietud me impedía acariciar el sueño profundo.
Abrí los ojos, y me concentré en el rugido del vendaval nocturno. Me di cuenta entonces de que sí escuchaba con atención, podía distinguir mi nombre de entre aquella alocada ventisca: Andrea…Andrea. Era un susurro apenas audible, y si prestabas atención, podías oír lo que quisieras, pero yo, en mi solitaria oscuridad, sólo intuía el susurro de mi nombre.
Sospeché que no sería capaz de rendirme al mundo onírico, así que, opte por levantarme y preparar una deliciosa infusión de melisa y miel, una mezcla que me sumía en un agradable relax.
Mi cabaña era pequeña, anclada en un pequeño bosque dominado por la altura de los árboles. Significaba para mí un lugar de descanso, de ruptura con el mundo real y su desagradable ruido, por lo que, en más de una ocasión, solía escapar de la ciudad para fundirme con la amable naturaleza.
Desde la ventana de la cocina, podía ver como la luna dormitaba en su oscuro cielo, mientras que juguetonas nubes paseaban cerca de ella.
Fue entonces cuando lo vi, apenas un segundo. Cuando mojaba mis labios en el calor de la infusión, una sombra, semejante a un reflejo fugaz, se hizo visible al otro lado de la ventana. Para cuando quise darme cuenta, ya había desaparecido.
Qué extraña visión… Juraría haber visto un reflejo oscuro en el cristal…
Sin dar más importancia a aquel breve suceso, termine de beberme la suave infusión y me dispuse a intentar conciliar el sueño de nuevo.
El viento, seguía con su imponente rugido, llenando la oscuridad de la noche. Soplaba furioso y silbaba con gran potencia.
Me metí en la cama y me camufle bajo la protección de las sábanas y del calor de la colcha hecha a mano.
Entonces, antes de apagar la luz, lo vi otra vez. Un reflejo oscuro, semejante a una sombra brillante, pasó a gran velocidad a través de la ventana.
Mi bello se puso de punta, y una sensación de frío invadió mi cuerpo.
Pero… ¿Qué es aquello? Pensé mientras permanecía alerta.
Volví a levantarme y me dirigí a la ventana con paso decidido, pues aquella aparición, no podía ser más que un animal hambriento o asustando.
La noche era fría, y mi piel, cubierta tan sólo por un fino camisón, se contrajo al abrir la ventana.
No había nada…
No había nadie…
Me encogí de hombros y entorné la ventana. Tenía treinta y dos años, y era edad suficiente como para no preocuparme por nimiedades.
De repente, algo golpeó el cristal a mi espalda. Me volví, sobresaltada, y pensé que mi edad adulta se había convertido en un jardín infantil, lleno de miedos y de pesadillas.
Tras la ventana, una oscura silueta golpeaba el cristal con desesperación, casi como una súplica. Se movía de forma extraña, como a cámara lenta, y se aferraba a la vidriera con una angustia que daba miedo.
Retrocedí asustada, sin saber qué hacer. Aquella sombra, cuyos rasgos no podía distinguir, me acosaba y quería entrar en la cabaña a toda costa…
Me sentía realmente aterrada.
Entonces, la indefinida silueta dejo de dar golpes y se quedó inmóvil, mirándome. Puso una mano en el cristal y acerco su rostro. Me entró pánico. No sé que esperaba ver, pero el terror me invadió por completo.
Llevada por algún tipo de impulso, abrí la puerta de la cabaña y salí a la intemperie de la noche, donde pensé que estaría a salvo del rostro de aquella sombra. Pero en seguida me di cuenta de que había sido un error, pues la amorfa silueta se encontraba ahí afuera… Esperándome.
¿En qué estás pensando, Andrea? Me dije a mí misma, reprochando mi insensatez, pues no había nada más absurdo que huir hacía el mismo peligro.
Como respuesta a mi pregunta, la puerta de la cabaña se cerró con un golpe seco, dejando en el bosque un ruido ensordecedor.
Me encontraba sola, rodeada de un peligro indefinido y sin nadie en muchos kilómetros que pudiera ayudarme. El canto de un búho pareció afirmar mi situación.
Intenté abrirla, pero no tuve éxito en mi empeño, así que, di la vuelta a la cabaña y busqué la ventana que daba a la cocina, ya que era la más grande. Me asomé por ella, con la esperanza de ver alguna forma de entrar, pero en vez de eso, vi algo que me dejó estupefacta.
Alguien estaba en la cocina, tomándose una de mis infusiones… y me miraba…
Tarde unos segundos en darme cuenta de que era yo misma la que estaba allí, mi cuerpo, mi pelo, mis manos… ¿Qué estaba pasando?
Me aferré al cristal y lo golpeé con violencia, gritando que quería entrar en mi cabaña, que aquella no era yo…
Estaba desesperada y la angustia era tal que creí que iba ahogarme en mi propia desgracia.
Entonces, como si de una bofetada se tratase, me di cuenta de la situación. Me encontraba dando golpes en el cristal, como aquella sombra hace un momento… ¿Era yo la sombra que había visto antes? ¿Era yo la que estaba fuera? ¿Era yo la que estaba dentro?
Me quedé inmóvil, asustada, perpleja. ¿Qué ocurría? Una terrible sensación de vacío me invadió al darme cuenta de que no sabía quién era, al percatarme de que, lo que veía no era más que un reflejo de mí misma…
Pero, ¿quién era el reflejo? ¿Era ella? o ¿era yo?

3 comentarios:

Francis G. Vergara dijo...

Dentro de los conocimientos esotéricos,se habla de desdoblamientos.¿Podría ser el caso?
Si esta situación me ocurriera a mi,como soy un poco "besti" rompería la ventana y entraría en la casa a ver que pasa.Un abrazo.

Silvia Meishi dijo...

La protagonista se encuentra con ella misma. De repente no sabe quién es, se siente peridida. No sabe si ella es el reflejo o lo es la otra persona. Es una historia sobrenatural, pero con la intención de relatar la angustia real de no saber quién eres.

María José dijo...

tienes razón, es angustioso, pero siempre queda mirarte en el espejo y burlarte de lo que ves..."Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas"... Esa mezcla entre grandeza y grotesco que vemos es el sentido trágico de la vida del que nos habló nuestro querido Valle Inclán.
Un millón de besos.